sábado, agosto 25, 2018

Frantic

Realidad tan ambigua y relativa, consecuencias que se objetan y presentan incluso cuando hay soledad inmersa en muchedumbre. Seguimos caminos sin esperar respuesta o algo a cambio, dentro del abandono se encuentra la calma y, bajo los trazos muertos de un recuerdo, encontramos el orden del caos.

El tiempo se detiene bajo nuestros pies, llevamos marcas de melancolía que se hacen presentes y latentes cuando el corazón late y palpita en medio de nada o nadie. Daría de mí lo que te has llevado, te quedas con mi aberrante ansío por la muerte... la muerte la conocí en tus labios y en tus brazos, en el afecto de media noche y en la distancia que persiste dentro de nuestras pupilas.

Ahora que las hojas caen es cuando me percato que existes por instinto más que por convicción. Hablé del tránsito en mi sangre, de las marcas y trazos que se mantienen al son del amanecer; hablé de aprender a corresponder al filo de la media noche. Los latidos se vuelven pesados, arraigan reminiscencias sobre la piel, trazos y recuerdos guardados como memorias de tacto que florecen cuando se encuentran con nuevos labios.

La noche atestigua de qué van las esperanzas muertas y las lagrimas que carcomen la obscuridad. ¿De qué sirve llevar y sentir tanto si para el mundo sólo se trata de un jodido chiste? ¿Dónde queda el tiempo de los asesinos donde se consagró la pasión?

Que el sentido de los días quede envuelto en júbilo, que este quede grabado en cada gesto donde, y con palmas abiertas, se desfallece de amor; que sea ahí, que quede con los fantasmas de las fotografías que no mienten respecto a los hechos; que quede ahí mismo donde callo llanto al dormir con la ventana abierta.

Duermevela junto a todo lo que pudo existir y ahora no es más que el desdén de las sonrisas muertas. A veces en mí recaen las ganas de destruir mi misma existencia.

Duermevela a mi lado, que hemos de despertar hasta que el hastío nos haya rebasado, cuando de nuestros recuerdos broten flores y melancolía.