martes, julio 29, 2014

La Vida Perdida

Mirando al cielo, cerrando los ojos por pequeños instantes, pensando en las casualidades y en todas las posibilidades es como me encuentro. Buscando maneras imprescindibles de morir o de al menos dejar la marca postrada sobre los párpados. Siempre sucede a la media noche, mientras el color de las sábanas gastadas me recuerdan esa linda manera de corresponder.

Hoy es el día que de cierta manera estuve esperando, con los párpados hinchados y henchidos de más lágrimas. Con cada gota que surca los labios marchitos, la columna vertebral. ¿Habrá entonces por fin una respuesta? Aún sigo gritando a todas direcciones, exclamando por aquél que ha de menguar la noche articulada, que ha de ser omnímodo.
Nadie se atrevería a mirarlo a la cara tan sólo por un instante...

Me encuentro de nuevo con los ojos abiertos, con el destello del cielo esclareciente, con el destino y la mala manera de sobrevivir. Sin encontrar siquiera una sola marca sobre la nuca. Con los ojos abiertos a media noche mientras mi cuerpo aún se consume en cenizas mientras sigue tu aroma tan tibio, latiendo junto a mis impulsos.

Miradas taciturnas, circuncidadas por la vida misma. ¡Al carajo todo lo demás! Se trata tan sólo de obtener la respuesta sea cual sea. Sin más regresiones ni remordimientos, sin rencor alguno. La mala fama a la que la sociedad está acostumbrada siempre estará pululando desde las cloacas pero al menos por una vez hay que dejar atrás ese contraste en la vida y la muerte, entre la agonía y la felicidad.

No hay marcha atrás, se trata de las pequeñas escalas que nadie ve y para eso estoy preparado. Llevo puestas mis mejores ropas, mis botones de manera perpetua y mi corbata anudada. Mis bolsillos derraman mis recuerdos y la tinta de mis venas escurre por mis muñecas.

miércoles, julio 02, 2014

La noche articulada

Entonces, no sé si existo. Todos hablando de la inmundicia de la sociedad y de los miedos que están arraigados al tacto, a los sentidos, a los poros. Cada miedo permanece latente, y no es situación que deba incomodarme porque, sea cual sea la ocasión, han de estar carcomiendo al mundo entero. Miedo a la muerte y peor aún, miedo a la vida. Una delgada línea de la cual penden ambos estados catatónicos, el descanso eterno. Sueño con respirar, con sentir, con querer converger delante del mar. Vivo en el sueño eterno el cual me arrincona de una manera irreverente, efímera, hosca, maliciosa, repugnante, lúgubre. Pero no hay vuelta atrás a todo lo que sucede con el pasar del tiempo, dicho elemento intangible que es lo único real que es verdadero. No hay una dimensión correcta ni una pizca de certidumbre en la percepción del mundo, sólo hatajos de luz y un ligero atisbo de sanidad.

No duermo, no pienso, no siento, no respiro. No estoy ni estaré porque no existo. Me he desvanecido de entre los recuerdos del mundo. Ya no hay remembranzas ni reminiscencias que puedan menguar esta mala melancolía. La vida mermada ha caído sobre nuestros párpados como pesados copos de plomo. Podría llenarte los intestinos de plomo y de cualquier otro metal que se ha de adherir a la vida coloreada. Pero no estoy aquí por dicha razón, no. No estoy seguro de existir en esta constelación o en alguna otra, ni siquiera estoy seguro de ser la mano derecha de Dios. Sólo sé que en este preciso instante no hay girares inesperados. Tenemos el recuerdo de las conversaciones que se hablan por el tacto, por la piel, por los labios. Tengo las sensaciones derramándose de mis bolsillos y justo eso es lo que he estado esperando. Una genuina casualidad.

Abro los ojos, respiro lento, camino sin prisa, te pienso, te respiro en mis sentidos, en mis latidos. Estoy aquí, justamente donde empecé siendo un niño. En el lugar donde corté mi cordón umbilical y, sé que estoy aquí por una fortuita razón. Divina melancolía que es la genuina inspiración.