No hay cambios perpetuos ni maneras o caminos
para estar. Cada intento siempre es mucho más fuerte que el anterior. Quisiera
poder hablarte y contarte y narrarte aquello que estremece mis impulsos, pero
las palabras adecuadas me sobran y me faltan a la vez. No hay forma para ello
aunque lo intente con el corazón en las manos, aunque lo haga con toda la
pasión de la poca o mucha vida que he llevado. Veo entre cada suspiro, el miedo
que escurre bajo la puerta, el verso que queda impregnado en mis codos. Veo
como escurren desde ellos hasta la punta de mis dedos, las palabras que no
pronuncio. Como el cigarrillo que se consume en las manos de todos los
atolondrados y enajenados con su vicio. A cada momento hago reverencias a la
guerra y la revolución que transita en mis venas, que germina junto con el
fierro de mi sangre. Y, la planta que emerge desde mis entrañas hacia la
soledad a la cual nos vemos descubiertos y expuestos, recorre aún cada camino
fugaz de los recuerdos que no sostengo.
Quisiera contar la vida y la muerte y los
minutos pasivos sin algo perduradero. Jamás cesará la extrañan mescolanza de
emociones taciturnas con ese estupor nocturno que acaricia mis mejillas junto
con el viento helado de la ya mencionada soledad. Es complicado comprender cómo
es que el frío de invierno se queda corto junto a este. No hay cosa más
enmarañada y abrumadora que el frío de la soledad que corrompe el iris que
postramos sobre la ventana. Tiene una mórbida e inestable manera de perturbar
los pensamientos mientras vemos el derrochar de la vida amargada. Continuamos
subiendo lenta y cómodamente, de espaldas y con la cabeza entre los hombros
queriendo entenderlo sin siquiera merecerlo.
La ladera se vuelve más inclinada y sólo nos
cruzamos de brazos esperanzados de que el mundo se dejará caer sobre nuestras manos
sin siquiera estirar la piel. Sin si quiera transpirar por mera coincidencia.
Los fantasmas que quedan atrapados en el embrolloso ruido mental salen a flote
en esas situaciones, y entonces, nuevamente es que nos volvemos polvo cósmico,
y no por haber conseguido aquella de la gloria terrenal. No. Nos convertimos en
polvo y gas porque es la mejor manera en la que podemos aportar algo bueno.
Como los seres vivos que no son torpes, dan un poco de vida con cada respiro.
Desafiando al mismo mundo en cada instante. Así como circula cada glóbulo rojo,
mientras chapalean queriendo robar la vida que los demás han dado. De eso
precisamente se trata. Se trata de dar algo a cambio de lo que conseguimos
gratis. Se trata de darlo con pasión. Se trata de dar respuestas a preguntas
que nadie jamás se ha formulado. Se trata de concretar historias capaces de
renacer desde los poros hacia el alma. Se trata de aferrarse aunque sea un solo
instante al glorioso mundo. Se trata de regocijar mientras vociferamos palabras
inocuas, inertes.
Se trata de no sólo vivir, sino, de vivir en
verdad. De dar gracias aun cuando no son requeridas. Se trata de conocer las
partes más obscuras y comprender la escala de grises. Se trata de disfrutar y
sufrir de verdad sabiendo que al día siguiente siempre habrá más incertidumbre
de la que podría caber en un pocito lleno de jacintos. De buscar. De recordar
el gran porqué de la libertad.
Simplemente se trata de querer vivir sin
necesidad de precisar algo más.