miércoles, febrero 26, 2014

Dulce Melancolía

No hay cambios perpetuos ni maneras o caminos para estar. Cada intento siempre es mucho más fuerte que el anterior. Quisiera poder hablarte y contarte y narrarte aquello que estremece mis impulsos, pero las palabras adecuadas me sobran y me faltan a la vez. No hay forma para ello aunque lo intente con el corazón en las manos, aunque lo haga con toda la pasión de la poca o mucha vida que he llevado. Veo entre cada suspiro, el miedo que escurre bajo la puerta, el verso que queda impregnado en mis codos. Veo como escurren desde ellos hasta la punta de mis dedos, las palabras que no pronuncio. Como el cigarrillo que se consume en las manos de todos los atolondrados y enajenados con su vicio. A cada momento hago reverencias a la guerra y la revolución que transita en mis venas, que germina junto con el fierro de mi sangre. Y, la planta que emerge desde mis entrañas hacia la soledad a la cual nos vemos descubiertos y expuestos, recorre aún cada camino fugaz de los recuerdos que no sostengo.

Quisiera contar la vida y la muerte y los minutos pasivos sin algo perduradero. Jamás cesará la extrañan mescolanza de emociones taciturnas con ese estupor nocturno que acaricia mis mejillas junto con el viento helado de la ya mencionada soledad. Es complicado comprender cómo es que el frío de invierno se queda corto junto a este. No hay cosa más enmarañada y abrumadora que el frío de la soledad que corrompe el iris que postramos sobre la ventana. Tiene una mórbida e inestable manera de perturbar los pensamientos mientras vemos el derrochar de la vida amargada. Continuamos subiendo lenta y cómodamente, de espaldas y con la cabeza entre los hombros queriendo entenderlo sin siquiera merecerlo.

La ladera se vuelve más inclinada y sólo nos cruzamos de brazos esperanzados de que el mundo se dejará caer sobre nuestras manos sin siquiera estirar la piel. Sin si quiera transpirar por mera coincidencia. Los fantasmas que quedan atrapados en el embrolloso ruido mental salen a flote en esas situaciones, y entonces, nuevamente es que nos volvemos polvo cósmico, y no por haber conseguido aquella de la gloria terrenal. No. Nos convertimos en polvo y gas porque es la mejor manera en la que podemos aportar algo bueno. Como los seres vivos que no son torpes, dan un poco de vida con cada respiro. Desafiando al mismo mundo en cada instante. Así como circula cada glóbulo rojo, mientras chapalean queriendo robar la vida que los demás han dado. De eso precisamente se trata. Se trata de dar algo a cambio de lo que conseguimos gratis. Se trata de darlo con pasión. Se trata de dar respuestas a preguntas que nadie jamás se ha formulado. Se trata de concretar historias capaces de renacer desde los poros hacia el alma. Se trata de aferrarse aunque sea un solo instante al glorioso mundo. Se trata de regocijar mientras vociferamos palabras inocuas, inertes.

Se trata de no sólo vivir, sino, de vivir en verdad. De dar gracias aun cuando no son requeridas. Se trata de conocer las partes más obscuras y comprender la escala de grises. Se trata de disfrutar y sufrir de verdad sabiendo que al día siguiente siempre habrá más incertidumbre de la que podría caber en un pocito lleno de jacintos. De buscar. De recordar el gran porqué de la libertad.

Simplemente se trata de querer vivir sin necesidad de precisar algo más.

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