martes, mayo 06, 2014

Cartas a...

Siempre nos preguntamos cuál es la manera correcta de comenzar cuando, en realidad  hay un sinfín de maneras correctas. Empezando la sinfonía para mis adentros, con los recuerdos que se transpiran en mis entrañas, con las reminiscencias que escurren desde de mi mentón. Con cada zozobra que está ahora, que persiste y palpita al ritmo de nuestros impulsos. Estas son formas de comenzar las cartas que van dirigidos a todos aquellos que tienen fe en la revolución, que piensan que el mundo puede ser algo trascendental. Son cartas que corrompen partituras y proclaman frases altisonantes, son cartas que no quedarán en el olvido.

Me dirijo a todos aquellos que aún tiene fe. Me refiero a ella que sabe cómo encender la luz a cada instante, a él que a pesar de las situaciones siempre mira con los ojos en blanco, con la mente fría, con los sentidos rebosantes de alegría y despojo, con los sentidos llenos de felicidad y abandono. Con la respuesta de un sí y y un no al mismo instante.

Siempre nos preguntamos cuál es la manera correcta para renacer, en realidad hay muchas maneras correctas, pero yo prefiero aquella en la que intervienen las cenizas de mis agonías empapándome el alma. Chapaleando en mi sangre como un ave ferviente que asimila aquello a lo que tú llamarías rebeldía, libertad, antagonismo y homicidio público. Somos partes mezquinas y sobresalientes al mismo tiempo. Llenas de más y más remembranzas que inundan los párpados, que los llenan de un mar salado. El mismo que escurre dentro y fuera de mi alma.

Es como cada gota que nos cae desde la punta del fin del mundo. Las mismas gotas que nos llenan y nos dejan vacíos, que nos recuerdan qué tan dulce es la conciencia. Las mismas gotas que están presentes relacionando cada tipo de augurio con un reflejo de soledad que embriaga a la mente. Esa es la parte primordial que suele quedar perdida y vacía. Adoremos dicha soledad que siempre sabe como decir adiós sin remordimientos.

Siempre nos preguntamos cuál es la manera correcta para hacer grandes cosas pero ya no hay por qué arrasar con tantas incógnitas. No. Basta con cambiar de frecuencia. Basta con mirar el carmesí de nuestro anochecer. Basta con acariciar tus latidos mientras las hojas caen a nuestros pies... Basta con el recuerdo de aquella conversación que sostuvimos con la mirada...

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