lunes, junio 10, 2013

El Solar

Hay días en los que despierto con una desfachatez hacia el mundo, días en los que quisiera no recordar cómo es hablar por la piel. También hay otros tantos en los que abro los ojos con el mismo recuerdo que suelo repudiar mientras enlisto tus encantos. Hay días en los que jamás duermo, en los que no estoy despierto. Esos días en los que camino en el sueño eterno, los mismos en los que cuento cada paso de regreso a casa. Hay días en los que envío palabras encandiladas al aire con el derrame de tu sangre hirviendo sobre ellas, y días en los que sólo pronuncio las palabras mínimas de una manera tan mezquina, tan irreverente. Sea como sea, siempre hay días en los que añoro poder volverte humana bajo un solar.

En cambio, hay noches en las que quisiera enseñar a corresponder, esas mismas que puedo medir con sábanas gastadas. Noches en las que vivo enajenado por tantos gritos que se asoman desde la ventana, esos que repiten cada uno de mis temores. Hay noches en las que quisiera poder derrocar hasta el más antiguo de los cimientos, esos mismos que siguen siendo parte del andar atolondrado de una tortuga. Noches perpetuas que siempre terminan de la misma manera, que me recuerdan cada una de mis debilidades. Esas mismas noches en las que me vuelvo parte del hastío del mundo y en las que detengo el ritmo del tiempo con sólo un suspiro. Sea como sea, siempre hay noches en las que quisiera brillar con tu rabia resplandeciente.

Y más aun, hay momentos en los que ya no me importa el rechinar de las manecillas azules, momentos en los cuales deploro todo el devenir que arrastro en mi linaje. Hay momentos en los que pretendo asfixiar cada remembranza arcaica con el nuevo recuerdo que emerge al filo de la media noche, pero, para esos momentos, mejor no me tomes en cuenta. Para dichos momentos no precisamos nada más que dejarse llevar por el son del amanecer, y entonces, por vez última, nada más será necesario. Nada.

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