He hecho un recuento viable de la mortandad de mis recuerdos, de los más claros y eclécticos hasta aquellos que son ocultos para mí mismo, y no lo he hecho por mera autoflagelación o masturbación para el alma. ¡Qué más da! Lo he hecho por el simple gusto degustar mi propia melancolía. He aprendido a consagrar algo inmaculado en fe de la mierda que escurre de mi mente por instantes eternos, de la porquería que llevo en la barriga y en los intestinos y entrañas y riñones y cada uno de los órganos vitales, como si estos fueran imperecederos; con la sublime y súbita idea lograr dicha inmortalidad que no existe. De poder ser inmortal preferiría serlo sólo en tu mente.
Ojalá tuviera la palabras adecuadas para hablar de lo que me acongoja, que fueras y encontrara un solaz irremediable así como alguna vez intenté serlo, más ahora sé que tengo la jodida virtud de volcar las situaciones adjuntas a mí con el intento brusco y taimado de dicha exclamación. Sé que no tengo manera perfecta de ser y aborrezco más el no poder comprenderlo o hacer que se comprenda sin necesidad de externarlo.
Sé que soy terco y testarudo hasta los dientes, que puedo ser arrogante y narcisista a más no poder. Es algo que todos sabemos y que, lamentablemente, me es recordado por ellos. Ha sido y será mi mayor virtud la gran parte del tiempo.
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