lunes, octubre 23, 2017

Pugie

Me encontré alguna vez tan roto y ciego, lo hacía mientras la noche menguada caía como pequeños copos de plomo; tan lejos de casa (si es que la existía) donde me desprendí del terciopelo. Las manos perciben la distancia inexistente entre el cielo y la tierra, la distancia nula entre el planeta y todo el demás universo, el cosmos y su creación. El mundo entero es el que se ha postrado delante nuestro con la esperanza de recuperar la vida. Las manos son las que perciben nuevamente.

El tránsito sanguíneo es quien siempre habla cuando de sensaciones se trata, es el tacto la extensión más sensible del cuerpo, ¡Vaya osadía esta de la creación! Y digo osadía porque he de darme lujos como la autocompasión. La noche desolada cae sobre nuestras almas y del sueño eterno nos volvemos, nos difundimos.


Pero, ahora que encontramos calma en las viejas marcas de nacimiento y una que otra maldición, es que la tormenta cesa, cae la noche calmada; ahora las colinas caen y las colmenas cesan de manera irrefutable, pero ahora nos encontramos.

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