lunes, noviembre 07, 2011

Domingo, 11:49 am

Siempre que creí pertenecer a algún lugar, descubría que no soy parte del mundo, que cada persona a quien creí apreciar sólo hacía perder la esperanza. Las reminiscencias de otras vidas permanecen latentes como el espumoso vino, el burbujeante mar y el dulce y cálido elixir de tu ser, aquél que tiene un aroma y un sabor más puro que la miel misma.

 El crimen perfecto. Un acto tan atroz. Más lúgubre como esa noche eterna, donde andar más libre que el ave de la vida que ha logrado concretar semejantes proezas, era ser parte de la vida. Esa marrullería  eterna que colapsa bajo el sol de invierno es lo que anhelo. Todo lo que siempre quise ser. Todo lo que no puedes ver. Todo lo que crees poseer. Todo lo que creíste adorar. Todo y cada parte del TODO, del tamaño espectáculo que he avivado, esta tarde se ha vuelto parte del albañal eterno, de la cloaca infinita que puedo contemplar con sólo acariciar el cielo con la mirada. Con ver cada estrella fugaz. Con joder a la lindura a la que estamos acostumbrados. Con llorar de lo lindo bajo la misma roca noche tras noche, en las que cruzar puentes y palabras de amor son la esencia de la "vida" que suelo transitar de manera clandestina.


Ya es hora de renunciar al reloj que no porto de la manera correcta.

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