lunes, octubre 28, 2013

Réquiem para dos

Hablando de sensaciones y situaciones, me atrevo a decir que las mías derraman desde mis bolsillos, desde los costados, desde el otro lado mientras miro la batalla. La revolución. Creo haber perdido la noción de todo lo anterior, de querer comer el mundo a bocanadas y mordiscos. También  creo haber olvidado en dónde se origina la seguridad de estar presente y ausente a la vez. De saber decir sí y no con la cabeza en alto y los ojos cerrados. Y también, creo que el clímax de elementos y complementos quedó sepultado bajo rasguños y raspones. Aún sé de qué depende dicha revolución, sólo falta el querer emerger de nuevo delante del mar. Resurgir de nuevo, mediante una resurrección, donde el complejo de crucifixión se disolvió en mis entrañas. Donde las solapas de mi piel aún llevan bajo ellas pétalos con olor a melancolía. Donde circula el olor de tu piel en cada uno de mis poros, de mis sentidos...

Querer olvidar una vez más. Querer entender esa persistente diferencia que sitúa al odio, el mismo trópico que rige nuestros latidos. Aún comprendo el porqué de tantas preguntas sin respuesta y más aún, el porqué habría de recurrir a dar escupitajos delante de una mente maestra y efímera. Me pregunto aún así, si será la mejor solución, si el situarme delante suyo será la respuesta perfecta.

Recuerdo haber hablado de humanidad y sentidos. De baldes de agua fría lloviendo como la realidad a escalas de grises. De vociferar a torrentes sobre todo mi linaje, de encandilar libelo a raudales como luz de sol en la ventana. De ser y estar encabritado mientras las dunas de una psicosis encuentran un solaz bajo la realidad morigerada en dos miligramos. También alguna vez hablé de caminos fugaces y de océanos de letras que aún separan el agujero negro de tus retinas con la constelación que se postra sobre mi espalda. Del animal que siempre seremos y de tantos reyes como babosas quepan en nuestro magín. Pero basta ya.

No vengo de nuevo a ti con vendas en los ojos ni con cordones umbilicales atados a mis impulsos. Estoy seguro que estoy desprotegido y cubierto de luces destellantes y ante todo eso, aún mantengo el vívido recuerdo de aquella conversación que sostuvimos con la mirada, que hablamos por el tacto. Aún mantengo vivo el temor de las cuatro paredes blancas y de un reflejo en el espejo con miradas vacías y más, también la manera en la que escurre el dulce néctar de tus labios manchando mi abdomen, pintando mi vida de rosa - con el corazón en las manos-, siendo que me mantengo presente y ausente, sin mente. Que no hay adiós ni más rotaciones celestiales. Siendo que me mantengo con el ferviente deseo de llenar de reminiscencias cada amanecer. Siendo que, ante todo por nada, aún puedo derrochar caricias insensatas porque, como aprendimos alguna vez, eso de la humanidad radica en los sentidos, y para mi buena suerte, yo tengo más de cinco...

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