sábado, noviembre 09, 2013

Ella

Sé que hay muchos círculos dentro, desde lo más relevantes hasta que aquellos que apenas es pertinente hacerles una mención. A veces hay maneras y formas raras (y vaya que de eso sabemos bastante), tanto que apenas puedo verlas con los ojos cerrados, con los sueños derramándose por la ventana. También sé que hay muchas maneras de desaparecer y en ellas hago caso a dicho hecho de querer hacerlo en media hora, con la mochila en hombros y los deseos en los bolsillos, aún así no sé en qué punto se concilia la resignación con la tolerancia y la respuesta omisa de querer converger allá donde el sol no se pone y la luna no se opaca. Quizá no es la hora correcta, quizá sí. Tal vez no es forma de hacerlo pero aún podemos encontrar la situación en la que sujetados de la mano somos la dinamita ante cualquier cochino conflicto bélico.

Sé que soy tan impuntual como un reloj roto (vaya que recuerdo esa frase a cada momento), y también, sé que soy complicado hasta las retinas. Sabemos acerca de qué hablan los complementos y también, la manera en la que ponemos resistencia. Aún sigo escribiendo tu nombre en la arena, con las manos sobre la cabeza y la cabeza amarrada al alma, con el corazón en la mochila y los pequeños animales entre nuestros impulsos. No hay hecho concreto acerca del camino perpetuo que sigue llenándose de estrellas destellantes y fugaces. Y, aunque mi mente no me lo permita, sigo percibiendo el océano de letras que sigue siendo la línea limítrofe entre el emerger de nuevo delante del mar. De volver a nacer sin complejo de crucifixión y sin vendas ni algo bajo al brazo. Aún persiste ese trópico que rige nuestros pensamientos, el mismo que atenúa el querer empezar sin cordones umbilicales, sin agujetas amarradas ni camisas abotonadas.

Pero, también sé, y estoy más que convencido, que antes jamás había sentido tal deseo de continuar, de no resignarse y ver, y creer, y comprender que tu nombre puede ser escrito una y mil veces en la arena, y en el mar, y en la nieve, y en la lluvia, y en viento y en cada momento, a cada estación, en cada situación. También sé que dicho trópico y dicha línea limítrofe sólo existen dentro de mi mente, y que, fuera de ellas pierden cualquier valor racional (aún me cuesta mantenerme sin dosis de realidad, pero eso no significa que haya razones para no querer continuar). Sé que aún puedo renacer con los latidos que emanan desde mis impulsos hacia los tuyos, y ante todo lo anterior, también sé que siempre tendremos ese dulce solaz de tu cuerpo y tu torso junto al mío. No sé ni pretendo saber el porqué del mundo, y el porqué de cada situación (aunque vaya contra mi propia moral), sólo sé que esta y cada noche que queda por concretar, quiero seguir siendo ese recuerdo al amanecer, quiero dejar esos estragos de la mala realidad, de nuevo, bajo las cobijas, porque, como he aprendido bien de ti (y vaya que siempre refiero todo a cada encuentro nuestro), la vida no sólo es una bahía linda y generosa, es más que eso. Es el puerto entero de la soledad y de la salvación, llena de barcos que vienen y van con recuerdos. Aprendí que la vida no se mide desde mis pensamientos hacia el cielo, sino, desde mis pensamientos hacia los tuyos. Y, también, aprendí que no se trata de querer simplemente, no, es más que eso, se trata de despertar y caminar, y correr y volar a la vez. Que la vida es un océano entero, donde a veces hay calma después de la tormenta.

Sea como sea, siempre referiré cada situación a ese lindo recuerdo en el que tú y yo sostuvimos una conversación por la mirada y el tacto. Sea como sea, siempre podremos empezar de nuevo cada temporada, porque como dije alguna vez, eres y serás mi complemento, esa gota de inspiración (sea buena o mala) que me permite continuar hacia el mañana. Ese mañana en el que por fin partiremos rumbo al norte, con la mochila retacada de sueños y deseos y buenos y malos recuerdos. Con las manos sujetadas hasta el alma, mientras tanto, no me cansaré de seguir escribiendo tu nombre sobre mi ventana.

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