lunes, agosto 17, 2015

Intermerata

Tengo en mí un sinfín de recuerdos y sensaciones, desde los más importantes hasta los más irrelevantes. Los he estado clasificando no sólo por aroma y tacto, no. Refiero todos y cada uno de ellos a los trópicos y ejes que rigen nuestras mentes, a la hegemonía de una simple sonrisa y una cálida caricia. No tengo más qué decir al respecto, he vivido con cierto vaivén en cada una de las situaciones en las cuales me he inmerso. No tengo más que hablar o referir salvo la cosmogonía infinita que he vislumbrado a través de tu mirar.

He estado relacionando de manera rosa, con el corazón en las manos y el alma de frente, cuantificando cada pársec que se ha creado entre nosotros a raíz de la máquina de letras, del océano de libros y alfabetos y cada uno de los versos intangibles e inteligibles resueltos para nuestros adentros. Me preocupa no perderme en ti, ser más de tus pensamientos que de ti, ser menos de cinco minutos antes del anochecer. Me preocupa todo y nada, me preocupa simplemente no prevalecer.

Me encuentro transcribiendo en mis pupilas esas viejas conversaciones que desencadenaron un desquiciante y árido desierto de melancolía y soledad en cada centímetro de mi piel, que trasciende a través de mis venas, de mi sangre y de cada parte primordial de mi ser. Transcribiendo con la tinta carmesí que carcome mi cuerpo entero ese vínculo que se establece entre nuestras mentes mórbidas e inestables, entre la noche articulada y el cielo menguado, entre los discursos lánguidos y el hastío del mundo que sostengo en la punta de mi lengua.

Y aquí y ahora que no nos encontramos ni nos olvidamos, que dirigimos un hatajo de soliloquios y monsergas al azar, al viento y al sonido de este, que hemos profanado y procreado más que un pacto etéreo entre nuestra labia y nuestro tacto, que vinculamos nuestros corazones y que esclarecimos cada una de los acuerdos irreversibles, es entonces que somos algo tan muerto como la luna.

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