Te has ido llevándote los estragos de mis desvelos y cada uno de sus anhelos, los recuerdos de mis desazones y la ráfaga de nuestra caricia.
Te has ido sin mirarme, sin soltarme, arrastrando una parte de mí que se arraigó a tu bella altanería y a tu arrogante majadería.
Te has ido, repito nuevamente, llevándote todo, dejándome con tal abandono, sin los recuerdos de mis noches en vela y los deseos implícitos en estas, olvidándote de mi mala jornada y a lo que se refiera a ella.
Te has ido, grito para mis adentros, mientras me quedo aquí con la mescolanza violeta, con ese tacto que se palpa como la suave brisa, con las reminiscencias de tu paladar soez.
Te fuiste
sin decir
nada.
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