miércoles, septiembre 06, 2017

Argot

Caen a pedazos los días tras las vueltas del calendario, las gotas que surcan la ventana compaginan con los destellos de alma creciente que hay a media luz, a media obscuridad. Los sonidos corrompen la escena mientras me sumerjo dentro de un océano, no sé si por mera fascinación o enajenación, como aquél que marcó tragedia y benevolente gloria. El cambio de tiempo siempre está sujeto a la dinámica de la mente y el corazón obstinados; a las muestras de afecto sin corresponder y a los tragos amargos que te llenan de reminiscencias prescindibles.


La respiración decae lentamente, se vuelve fría, entrecortada y atiborrada de suspiros; es la noche la mejor cómplice de la majestuosidad del tacto y de las emociones que son capaces de escurrir sobre la piel, sobre las manos, sobre los labios; nos queda el resabio del último baile y la ansiedad por más pasos afinados a un ritmo compartido.


Las palabras sobran aunque la capacidad de habla pareciera vacía, inexistente; si pudiera declinar todo esto que me escurre por los codos y se anuda a mis impulsos, entonces hablaría del momento en el que en sueños nos pertenecemos, en el mismo en que hemos de encontrar los senderos de estrellas que guían el camino de vuelta a casa donde, y con luces apagadas, nos enseñamos a corresponder.

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