Habríamos de remontar al ser mismo, puro y en esencia, hasta que la noche nos consuma <nuevamente>, habría que hacerlo al filo de la media noche, a media luz y plena obscuridad, antes y después del llanto, antes y después de la realidad; habríamos de llegar tan lejos como el cielo lo permita, antes y después de perderse en la utopía del sí y no a la vez.
Habríamos de hablar de los encantos más profundos, llevando los impulsos hasta la punta de los dedos, hasta el inicio de tu espalda y la mía, hasta que nos convirtiésemos en una extensión del otro, un cuerpo y un alma vivaces; un canto y un llanto taimado, taciturno, perpetuo... irreal.
Habríamos de colapsar las memorias mórbidas, explorando el universo desconocido, la cosmogonía que se palpa sobre tus clavículas, el Venus y Marte que rodean tus caderas; el océano y el mar escondidos entre el relieve de tus labios; habríamos de encontrar el origen y el fin del universo en el beso en el que nos abandonamos... Tan lejano de la realidad y cercano de la distópica realidad...
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