jueves, octubre 29, 2015

A Casa

De poder hablarte con el corazón, hablaría de esos momentos en los que nos mantenemos dormidos y despiertos, con latidos perseverantes a tientas de la razón que perdimos. De cada estrago amargo que se llena de recuerdos mientras las canciones corrompen todo lo que sostenemos en la copa de la mano derecha. De cada instante en el que deseoso de tu cuerpo y tus labios me arranco el alma antes de dormir.

De poder hacerlo, como dije anteriormente, lo haría sin razón ni dirección, hablaría del tiempo perdido y el origen de este. Hablaría por todos lados, hasta por los codos, de la revolución muerta en la que me convertí en juez de paz, en la quinta rueda del carro donde gira el mundo entero y donde los hombres perdieron su identidad y su rostro y su hogar y su razón de ser, el romanticismo.

De poder hablarte antes del anochecer, hablaría de las grandes proezas donde vinculé tus muslos marmóreos a la erección perpetua que está arraigada a mis pensamientos. De las grandes hazañas donde sin sentido escéptico estuve derrochando falacias de tal magnitud, que aún el centro del universo está postrado sobre mi espalda. De las cosmogonía en tu mirar y ese orden de razón o comprensión que sólo se percibe al amanecer.

De poder hacerlo, como he mencionado un par de veces, lo haría de derecha a izquierda, de atrás hacia adelante. Hablaría hasta aún estando en silencio, mientras evoco las pasiones suspendidas, lo haría aún a punto de desaparecer mientras la atmósfera me consume en cenizas. Hablaría a tientas en la oscuridad rememorando ese girar inmaculado donde me despedí de la vida que nunca tuve. Hablaría de ti y de mí hasta volvernos una realidad.

De poder hablar con el corazón en las manos antes del anochecer, lo haría con los ojos cerrados pero el romanticismo ha muerto, y yo con él.

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