He olvidado todo lo que sé, desde lo más elemental hasta aquello que te hace perder la razón. Todo lo que no puedes ver, lo que circula a tu nombre y a tu favor declinando las falsas treguas que a tientas y en la obscuridad me he propuesto.
He tenido más de una cara y una faceta, desde las mismas con las cuales grité alguna vez a los mil vientos hasta esas olvidadas bajo la cama. Un hatajo de recuerdos están derramándose por toda mi piel y yo estoy perdiendo la respiración.
He difamado cada canto ajeno, desde esos que han sido demasiado buenos hasta aquellos que no lo son. Yo también he cantado, y no sólo al Ecuador, no, lo he hecho a razón de esa sonrisa que me ha despojado de mí mismo.
He sido parte de una y muchas dualidades, desde aquellas tan inmaculadas hasta las más terrenales. Esas que consagraron lo impío de cada momento, cada latido, cada segundo, cada sueño que no dormimos y no sentimos, que no vivimos.
He hecho mención de tantas cosas y quisiera poder proclamar aún muchas más. No entiendo de razón ni comprensión y no creo lograrlo en algún momento de mi vida. Soy el mismo que está aquí y ahora, sin vendas en los ojos ni nada bajo el brazo. Soy el mismo desnudo sin cordón umbilical y es aquello mismo que puedo entregarte a ti y al mundo entero, a todos aquellos que quieran comprobar el origen del tiempo y del espacio, del universo mismo. Soy quien es capaz de hacer que cualquier ser se remonte al cielo y soy el mismo que se entrega en mente/corazón/alma.
He entregado mi ausencia y el carmesí que palpita en mi pecho al cielo, a las estrellas y al universo de más allá.
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