miércoles, diciembre 24, 2014

Banquete de Noche Buena

Afable desprecio y repulsión hacia el mundo. El mar de arenques badulaques corroe mis entrañas. Me encuentro en el lugar más recóndito de la gran ciudad, tan lejos de mi destino. He de levantar el rostro para despilfarrar marrullería finita grabada en sangre bajo la piel. La agonía, el cáncer y el delirio de la sociedad escurre a través de la ventana y nadie es capaz de limpiar semejante lindura. Estoy constipado de sensaciones, mi cuerpo es una puerta sin cerradura hacia la incertidumbre. Miro y observo la mala manía de caminar mientras las esperanzas se desgastan bajo las suelas de los zapatos. Critico esa mala racha de derramar los sentimientos por los codos, por el alma. Si miro hacia la izquierda puedo contemplar la llama de acetileno aún incandescente.

La conciencia pusilánime de aquellos quienes se jactan de grandeza está chapaleando por todos lados. La lluvia cae a torrentes mientras mis reminiscencias y viejas memorias se empañan con tu aliento de haraganería <porque has de saber que la vida no se mide en la cantidad de espacio que puedas abarcar en el cosmos>. De nuevo siento la jodida necesidad de circuncidar la mierda que cargas sobre tu espalda. Es entonces cuando te darás cuenta que esa gloriosa fascinación hacia lo más mundano es como una erección permanente, a tal grado, que te vuelves priápico. Cargas con un dolor corrompiendo la entrepierna. ¡Qué bonita ironía!

Estoy al borde del abismo, declinando y escupiendo libelo delante de Dios. Le pido a gritos que desaparezcan los antiguos círculos donde alguna vez perdí el uso de razón. Miro de nuevo su rostro exigiendo ser colocado en el plano al que en verdad estoy destinado. Al plano al que fui asignado. Una última vez estremece todo el auditorio presente. Hacen acto irreverente rasgando cada uno de mis poros... Los aplausos aturden mis sentidos y mientras cierro los ojos, comienzo a navegar hacia Noruega...

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